martes, 20 de enero de 2009

Brujo



Sabios, viejos, barbados y de cabelleras plateadas, largas túnicas y sobreros puntiagudos; esta es la imagen mas típica de un brujo, que surgió gracias a las historias fantásticas y también a las historias reales. Un buen ejemplo es Merlín. Según la invención literaria, pueden convertirse en animales, preparar grandes banquetes con el simple toque de una varita, esfumar objetos en el aire, transformar cosas o personas.

Los antecesores de estos personajes fantásticos fueron miles de hombres y mujeres de la época medieval y del renacimiento europeo, de quienes se creía que poseían una sabiduría especial y capacidades mágicas.
Ellas eran conocidas como mujeres sabias o brujas blancas y ellos, como hombres sabios magos o brujos.
Muchos de los pueblos de la Europa medieval contaban al menos con un brujo profesional que ofrecía diversos servicios mágicos, desde encontrar objetos perdidos, tesoros o personas, hasta lanzar conjuros y hacer encantamientos para proteger al cliente de daños naturales o sobrenaturales. La creencia en la magia se había extendido mucho por aquel tiempo y los brujos eran temidos y respetados por la comunidad a la que servían. En el siglo XVII, el hecho de que un mago identificara a un ladrón (practicando alguna forma de adivinación) se tomaba muy en serio y podía solo eso bastar para un arresto legal.


Los aldeanos podían pedirles servicios de cualquier tipo incluyendo las cosas mas cotidianas, para ganar juegos, librar casas de las ratas, hacer que los niños duerman, etc. También se le podía pedir consejo sobre el amor o sobre cual seria la mejor acción en determinadas circunstancias. El brujo podía consultar la bola de cristal, tirar las cartas, hacer amuletos o pedir al cliente que junte alguna hierba mientras murmura un encantamiento. Como compensación se le pagaba al brujo con dinero o con algún donativo.

Si bien la mayoría de los brujos eran tan pobres como sus clientes, hasta los miembros de la clase alta no dudaban en consultarles cuando lo requerían y un brujo que ganara buena fama entre las familias adineradas podía ganarse muy bien la vida.
Debido a la demanda que recibían los servicios de los brujos, se mantuvieron relativamente a salvo de la persecución legal que se impuso a toda forma de práctica mágica. Si bien en Inglaterra en los años 1542 a 1604 se aprobaron las leyes que declaraban felonía decir la fortuna, hacer encantamientos curativos o pociones de amor, o adivinar donde había algún tesoro u objeto perdido, el numero de gente perseguida por tales crímenes era pequeño en comparación con el numero de personas juzgadas por practicar formas malignas de magia, como invocar espíritus o tener tratos con el diablo. Sin embargo, eran vulnerables si había algún cliente descontento que los delatara ante las autoridades o los acusara de brujería.

En el siglo XVI, la palabra “brujo” tomo un nuevo significado. Esta palabra se aplicaba solo a los hombres sabios de los pueblos, a los magos alquimistas, astrólogos y a quienes hacían magia para entretener; finalmente termino por ser usada para referirse a quienes practicaban cualquier clase de magia y los narradores de cuentos usaban este apelativo para personajes de poderes fabulosos que ningún brujo real abría podido imaginar.

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